Tan dulces como el amor, tan empalagosos como el olvido, los higos siempre se han asociado a la fecundidad y a la resurrección. Los bereberes los esparcían en sus plantaciones para propiciar una buena cosecha. Muchos pueblos también utilizaban el líquido lechoso que desprenden al ser cortados, como ungüento contra la esterilidad y para favorecer la lactancia. La cultura judeocristiana asocia el higo a lo femenino, mientras para los árabes es símbolo de lo masculino.
El dulzor de los higos acompañó a las grandes culturas, en las que se los consagró a los dioses y a los héroes. En Egipto sólo se comían luego de ser bendecidos en ceremonias especiales y su recolección incluso fue inmortalizada en una de las paredes de la pirámide de Gizeh.
La Biblia lo menciona en muchos de sus pasajes, como en el Éxodo, cuando se habla de la ofrenda hecha a Moisés por los cananeos, la cual contenía este dulce fruto.
Dicen que era el fruto preferido de Platón, el gran filósofo griego, quien seguía la tradición de sus ancestros, quienes no dejaban de plantar una higuera en el lugar público dedicado a la reunión de los ancianos, la cual luego consagraban a Dionisos, el dios de la renovación.
Los griegos los encontraban tan nutritivos y saludables que Galeno los aconsejaba a los atletas e Hipócrates -el padre de la Medicina- los usaba para combatir los estados febriles.
Los romanos también disfrutaban de los higos, los que adornaban con profusión las mesas de los grandes banquetes.
Los antiguos tenían mucha razón al saborearlos y dedicarlos también a fortalecer la salud y la belleza. Los higos frescos contienen una sustancia llamada cradina, la cual los hace muy digestivos, mientras los secos son ideales para mantener la salud, en general, y sirven como laxantes, diuréticos y expectorantes.
Existen nada menos que 600 clases de higos y se pueden preparar de múltiples formas, en ensaladas, para acompañar el aperitivo, confitados, rellenos con nueces, en dulces, mermeladas, almíbares, kuchenes y tortas.
Y Licores Coloniales Doña Raquel loS tiene como centro de su actividad artesanal, pues con ellos elaboramos un exquisito licor, impregnado con el aroma y el sabor vigoroso y agradables de este fruto.
Para acompañar a este elixir de dioses nada mejor que los quesos fuertes (camembert, roquefort), higos frescos o secos, uvas, salmón ahumado, anchoas, entre otros.
UN NÉCTAR DE DIOSES Los higos se maceran durante 20 a 30 días en aguardiente Doñihue. Lentamente, en lugar asoleado, sin apuro, a su propio ritmo. En los envases de vidrio se va apreciando la pausada conjunción de la fruta y el destilado. Este último impregna y traspasa los higos, extrayéndoles todo el aroma, el color y el sabor.
Después de este período -e incluso más tiempo, si se puede-, el líquido oscuro, color rubí, se mezcla con un almíbar grueso y con paciencia se hace el licor, siguiendo la receta probada por generaciones en el seno de la familia. Se utilizan sólo ingredients naturales, nada de prservantes, colorantes ni saborizantes.
Se embotella y deja reposar hasta que un degustador decida saborear su cuerpo tostado. Sin duda, un néctar de dioses.
NARANJAS, MANDARINAS Y LIMONES Un camino similar siguen naranjas, mandarinas y limones. Sus pieles ya están en lenta maceración, esparciendo sus más íntimos sabores, aromas y colores. El agua-ardiente los baña de día y de noche, sin pausa.
Hay que dejarlos, no molestarlos en esa danza silenciosa, en ese diálogo que los transformará sin cambiar un àpice de su ser esencial. Van sin aspavientos camino a la inmortalidad embotellada, hasta que un gourmet haga brotar, lentamente, el néctar final.
De lo bueno, poco, dice el saber popular. Sólo una copa pequeña para saborear intensamente el
bouquet; tal vez un acompañamiento de frutas frescas o secas, quesos fuertes y la reconfortante compañía de familiares y amigos. Nada más. De lo bueno, poco...y mucho.
Licores coloniales Doña Raquel Encargue con paciencia, sin apuro, con galanura y señorío: 8-5914529.
Mail: raquelazocar@vtr.net y raquel.azocar1@gmail.com